Cabecera del blog diseñada por McDonald
12/8/14
EL LAGO APOCALÍPTICO QUE AMENAZA A EE. UU. CON UNA CATÁSTROFE ECOLÓGICA
Las autoridades de EE.UU. han destinado unos 200.000 dólares para evitar la desaparición del lago Saltón, el más grande de California, lo que podría generar una catástrofe ecológica.
Se trata de la primera vez que el Gobierno federal propone destinar dinero contante y sonante para resolver el problema del lago Salton. La rápida contracción del lago representa un riesgo para los seres humanos debido a la contaminación tóxica del aire que amenaza a millones de aves migratorias, según los expertos. Si el lago desapareciera, ello generaría nubes de polvo tóxico sobre la California del Sur.
Lo que hace decenas de años era un foco de atracción turística, ahora se ha convertido en una pesadilla ecológica.
"El agua es de color marrón oscuro y solo parece azul porque refleja el cielo. Las playas blancas resultan serlo porque están formadas por las espinas pulverizadas de millones de peces muertos. Las aves probablemente no lo pasan bien. El botulismo aviar es un problema persistente en el lago Salton, que mata a miles de aves cada año", escribe uno de los internautas que acaba de visitar el lago.
El lago Salton se formó por una gran crecida del río Colorado en 1905 a consecuencia de un monumental error de cálculo en una obra de ingeniería. Después de excavarse un canal de riego desde el río Colorado, el río se desbordó a consecuencia de una serie de inundaciones y cambió de curso. Durante varios meses el agua inundó los canales de riego en la llanura de Saltón y anegó un total de 1000 kilómetros cuadrados de desierto creando un mar interior.
El lago Saltón es salobre debido a que la tierra de alrededor contiene sal depositada por un antiguo mar, desaparecido hace miles de años. Los agricultores eliminaron la sal de la tierra cercana para hacerla cultivable y la sal se ha acumulado en el lago, que ahora es más salado que el océano Pacífico. Debido a su alta salinidad sobrevive sólo la tilapia, que está muriendo en masa.
2/8/14
ÁFRICA DE ALTOS VUELOS: ETIOPÍA VISTA DESDE AIRE
Bet Giyorgis, casa dedicada al patrón de Etiopía
- Texto:
- RODNEY BOLT
Conocer el norte de Etiopía en un helicóptero es una experiencia intensa. En un minuto te encuentras en las nubes, sobrevolando vastas llanuras, montañas y remotas iglesias monolíticas; en el siguiente, te estás precipitando en busca de un espectacular primerísimo plano. Rodney Bolt resiste, bien sujeto, un recorrido no apto para los que sufren de vértigo: un safari por una ruta histórica a vista de pájaro.
La cometa negra flotaba a media altura. Una sola pluma en la punta de sus alas se extendía como un apéndice. De repente, se detuvo, giró suavemente, cayó en picado por un instante y desapareció de mi vista. En un segundo, volví a verla. Con uno o dos golpes en el suelo, ascendió de nuevo, haciendo círculos más y más altos sobre el denso tráfico de Addis Abeba y hacia las montañas.
Esta fue la primera escena de la ciudad que grabé en mi retina después de abandonar el alboroto del aeropuerto. Aquella cometa negra de Addis (la tercera capital más alta del mundo) me pareció una metáfora de Etiopía misma, un anticipo de lo que sucedería después, cuando ya volaba a bordo de un helicóptero cruzando las tierras altas, al norte, fluyendo a través de las montañas y bajando en picado para saborear primerísimos planos.
En una región de ásperos y largos caminos polvorientos, en la que son necesarios varios vuelos internos para conectar los lugares de interés, era un alivio pensar que sobrevolaba el terreno escarpado para visitar las milenarias iglesias excavadas en la roca. El helicóptero conseguía reducir un viaje de varias horas a pocos minutos. “¿Listos?”, preguntó el piloto, Ben Simpson, a quien conocimos después del vuelo interno que conectaba Addis con Mekele, la ciudad norteña de donde partíamos. Nos recibió a los cuatro pasajeros y nos acompañó a través del vestíbulo principal del aeropuerto de Mekele. Junto con él cruzamos el asfalto que nos separaba de un helicóptero azul y blanco, un Squirrel B3. Nos pusimos los auriculares y nos amarramos a nuestros asientos con el cinturón de seguridad antes de que comenzase a levantar el vuelo suavemente y con destreza.
Montañas de Geralta, en la región de Tigray
En unos minutos, apenas se veía la carretera que estaba desierta, solo los caminantes solitarios y los pequeños grupos de mulas de carga sobre senderos polvorientos. En el horizonte, kilómetros y kilómetros de extensión. Descendimos unos metros con el fin de observar una robusta iglesia verde y rosa que permanecía sola en la cornisa de una roca. Dos pájaros enormes volaban justo bajo nosotros, y sus alas manchadas de blanco se agitaban fuertemente. Aún más abajo, un grupo de babuinos gelada (una especie en peligro de extinción) se acercaba al río a beber agua. Dispersados, trepaban por la cara de la roca.
Cuando subimos un peldaño más en las alturas, tuvimos ante nosotros las cumbres que se alineaban formando un desfiladero espectacular y así, en un solo segundo, el paisaje pasó a ser absolutamente diferente. Los campos de cereales, junto a grandes espacios verdesy matorrales de árboles, aparecían descoloridos y se desdibujaban por la neblina en la distancia. Aquí y allí brotaban como de la nada granjas compuestas por una choza con un techo de paja cónico y un cuadrado anexo. Uno de los pasajeros se deslizó hasta una puerta lateral del helicóptero para tomar fotos. El viento se batía alrededor mientras dos hombres apilaban paja más abajo. A poca distancia de estas figuras, un par de bueyes daban vueltas en círculo moliendo grano.
Rápidamente, la neblina distante comenzó a disiparse y a dejar entrever una cordillera abrupta, con pináculos que sobresalían del plano como si fueran una línea de castillos fortificados. Eran las montañas de Geralta, donde se escondía nuestra primera parada. Volábamos cada vez más bajo. Una granja que había quedado justo bajo el helicóptero cambió de color e hizo suyo el rojo de la piedra basáltica de los acantilados. Simpson giró el helicóptero a la derecha hacia un precipicio y se aproximó hasta que fuimos capaces de otear la fachada de una iglesia antigua excavada en la roca cerca de la cima.
Mujeres etíopes pertenecientes a la etnia wollo
Las iglesias esculpidas de Geralta mezclan la historia y la leyenda a partes iguales. Tal y como cuenta la tradición, en Etiopía se estableció Etiopik, el bisnieto de Noé. La reina de Saba, descendiente de esta dinastía, fue a visitar al Rey Salomón a Jerusalén y se quedó impresionada por su sabiduría. De su encuentro nació Menelik, quien fundó el imperio Aksum, dinastía que gobernó durante 3.000 años y terminó con la muerte del afamado emperador Haile Selassie en 1975. Menelik viajó hasta Jerusalén para estudiar los secretos de la Ley de Moisés, y se llevó escondida el Arca de la Alianza. Hasta aquí lo que cuenta la tradición.
Lo que sí es un hecho documentado es que el cristianismo comenzó a ser la religión oficial del estado a mediados del siglo IV, y la Iglesia unitaria ortodoxa etíope se construyó a sí misma (aislada e independiente) echando raices desde entonces. Estas iglesias de Geralta y de la vecina región del Tigray muestran la senda seguida durante siglos. Aterrizamos enGheralta Lodge, una discreta colección de bungalós con paredes de piedra que mira a las montañas, apenas 30 minutos después de dejar Mekele. El mismo viaje por carretera hubiera durado dos horas.
Casas cónicas entre las Montañas de Simien y Lalibela
Después de un almuerzo a base de pasta con pesto que podríamos haber comido en la misma Génova (Silvio Rizzotti, el propietario, es un auténtico devoto del movimiento Slow Food), nos montamos en un minibús tapizado con piel acrílica y flecos a modo de parasoles y fuimos dando saltos a lo largo de una carretera plagada de baches que atraviesa esta tierra fértil. Gebre, nuestro guía, iba relatando las cosechas que veíamos: trigo, lentejas, mijo, sorgo... En Occidente aún se asocia la imagen de cantidad de gente famélica con Etiopía, aunque en la actualidad no responde a la realidad de un país fértil. Aunque la enorme ineptitud política de los gobiernos (hoy derrocados) lo terminaron llevando hasta ese punto. Cuando parecía que el minibús no iba a avanzar más, decidimos caminar seguidos por una bulliciosa nube de niños, entre ellos, pequeñas de cuatro o cinco años que portaban a sus hermanitos a las espaldas con toda naturalidad.
La iglesia de Kidus Giyorgis Mai Kado 'San Jorge de Agua que Corre' fue cavada en un monolito, pero hoy en día la vegetación la ha convertido en un simple agujero. Y eso sí, tiene el honor de ser una de las más antiguas de la región, aunque la tradición local y los estudiosos occidentales no se hayan puesto aún de acuerdo en lo que a su antigüedad se refiere. Aunque fechada en el siglo X, el guía nos comentó que el origen de Kidus Giyorgisse sitúa 600 años antes, puesto que existió una piedra con la inscripción de dicha fecha; una especie de atril que servía para hacer sonar unas campanas rudimentarias fabricadas con cuatro piezas de pizarra afinadas que colgaban de ella.
Hombre etiópe con un 'gabi' de algodón orgánico
Una llamada al móvil trajo en unos minutos al sacerdote de la iglesia, todavía fatigado de su jornada laboral en el campo. El cura se quitó las sandalias, se colocó el echarpe y corrió el pestillo de la iglesia, dejándonos entrever el Arca de la Alianza, un privilegio que pocos han disfrutado. Nuestra segunda parada fue Abreha we Atsbeha, esculpida en un acantilado y cuya fachada data de 1800. Nos quedamos plantados frente a ella como los peregrinos ataviados de blanco y Gebre nos sacó de nuestra contemplación mostrándonos un interesante fresco del caníbal Belai, una especie de santo etíope de quien la tradición cuenta que fue salvado del fuego eterno gracias a una gota de agua que brindó a un leproso en nombre de la Virgen María después de haber devorado unos 72 cuerpos. Después, comentando la jugada, volvimos a nuestro lodge a tomar unos cócteles de Campari y tej (el vino local con miel).
Llegamos a Geralta justo al alba. La niebla de la mañana cubría las montañas y le daba un enfoque suave a las tierras: casas de techo de paja, gente andando por los campos, una caravana de camellos yendo a algún sitio... En un minuto estábamos echando una ojeada a la cima de las montañas; al siguiente, el terreno cambiaba y caía en un desnivel a cientos de metros sobre la llanura. La luz se iba endureciendo y nosotros pretendíamos ir de sur a oeste hacia la cordillera Simien.
“Aquí es donde realmente comienza todo”, dijo Simpson 45 minutos después de un vuelo realmente espectacular. Ahorrándonos la caminata por los senderos de la pared del acantilado, de repente nos encontramos en un desfiladero ancho, verde, por donde corría cristalino el río Tekeze. “¿Qué os parece la respuesta africana al Gran Cañón?”, preguntó el piloto descendiendo 30 metros hasta casi rasar el agua y acariciar los cocodrilos, garzas y pelícanos. Después, disparados a 160 km/h hacia arriba de nuevo, vimos por un lado la cascada y las escarpadas montañas por el otro.
Hombre de la etnia amhara
En un momento, dio la impresión de que Simpson se dirigía directo hacia un acantilado, pero cuando estábamos cerca, lo que parecía una pared sólida se transformó en una extraña perspectiva 3D, revelándonos una serie de pináculos que se sucedían. El helicóptero se ralentizó y Simpson lo hizo descender hasta casi rozar el filo de la hoja que formaban los picos. Yo tuve que cerrar los ojos, y cuando los volví a abrir, estábamos encajados en una plataforma entre dos pináculos. Nos deslizamos hacia las puertas para salir. La esencia de tomillo subía desde los arbustos y llenaba el aire.El buitre de Ruppell, un ave famosa por la altura de su vuelo, nos miró como iguales al pasar pero enseguida subió más alto para ponernos en nuestro lugar. “Este es el desayuno más cool que he tomado nunca”, comentó alguien cuando nos lanzamos al café, al pan recién hecho y a la miel ahumada de Geralta. Más tarde volamos a través de peñascos, sobre grietas, pasando algunas de las montañas más altas de África.
“Los senderistas no tienen ni idea de cómo es el paisaje”, dijo Simpson, y nos volvimos a encajar en una vertiginosa plataforma cubierta de hierba aislada, rodeada de piedras semipreciosas, donde parecía que nunca hubiera estado un ser humano. Después volamos allodge del parque nacional de las Montañas Simien, suspendido a una altitud de 3.260 m. Nos llevó solo un momento llegar al interior del parque (esta vez en un 4x4) después de haber visto una troupe de babuinos gelada. Vuelta a la base, un grupo de niños se arremolinó alrededor del helicóptero haciendo palmas al mismo ritmo.
Las montañas más altas de África
Ceremonia nocturna en la iglesia Bet Mariam
Un chico de ocho o nueve años comenzó a cantar a gritos una canción con la que un bebé parecía divertirse, mientras otros dos niños se contorneaban bailando eskista, un baile en el que los hombros toman todo el protagonismo, mientras nosotros nos disponíamos para continuar por el sur del río Tekeze hacia Lalibela. Sabía que los monasterios de esta ciudad santa, con sus nueve siglos de edad, habían sido excavados bajo tierra en la roca. Pero no tenía ni idea de que los cinceladores habían comenzado de arriba hacia abajo, excavando primero un agujero alrededor de un bloque monolítico, esculpiendo a continuación una fachada en él y, finalmente, construyendo un túnel para generar el espacio interior.
Sin embargo, hay otra versión que defiende que se hizo todo de forma simultánea. De cualquier manera, era un cálculo arquitectónico desconcertante. ¿Cómo hacían para construir en negativo con proporciones perfectas? Nos mezclamos con los devotos que esperaban junto a un grupo de iglesias al final de la ciudad. La institución eclesiástica etíope fue la única estable y poderosa frente a todas las luchas dinásticas del país, y ha estado presente durante gran parte de su historia. Los etíopes consiguieron retener su soberanía en el puzle del reparto de África –es el único país africano que no sufrió la colonización–. Además, aquí creció y se hizo adulta la cristiandad, próxima a sus raíces judías. Los peregrinos rezaban en el lateral de la iglesia Bet Medhani Alem ('Casa del Salvador del Mundo') como si estuvieran en el Muro de Jerusalén.
Mercado de Lalibela, en la región de Amhara
Dentro de Bet Mariam ('Casa de Santa María'), se excavó estrella de David en la bodega, y un fresco muestra un arcaico nacimiento en el que un buey marrón representa a Dios enfrentándose al buey negro del demonio. Cuando esa noche volvimos para celebrar el festival de la Virgen, los sacerdotes bailaban y cantaban al ritmo de la percusión. A la luz de la luna, las figuras en blanco destacaban en el interior de la roca, una escena que parecía haberse detenido en el tiempo hace dos mil años. Las ceremonias continuarían hasta el domingo por la mañana, cuando la multitud se aglomeraba sentada afuera de las iglesias entonando salmos.
Nuestro vuelo volvió por el sur de Addis acompañando el curso del Nilo Azul. Los cocodrilos se deslizaban hasta el agua, y pasábamos casi acariciándoles el lomo. Nos detuvimos en un lugar libre de reptiles y, en pocos minutos, un grupo de nativos wollo vino de los alrededores: las mujeres con el pelo trenzado y botones cosidos a sus vestidos y los hombres con capas de piel de cabra. Entre risas y gestos, uno de los hombres me ofreció compartir una comida. Al rato, regresó con una bolsa esférica que contenía injera, una especie de crêpe muy fina hecha de harina de teff, un cereal endémico de Etiopía y de sabor amargo, base alimenticia de sus habitantes. Simpson le regaló una vasija de miel de Geralta. El Nilo azul comenzó a volverse marrón mientras fluía hacia Jartum. Volvíamos a sobrevolar los techos de cinc de las casas rodeados del aire lleno de humo y de las negras cometas de Addis Abeba.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)