Carlos Jeremías Girón
Los tiempos han cambiado… el clima de Santa Rosa de Copán, lo mismo. Para alguien que ya ha superado los 50 años es fácil recordar aquel clima frío que obligaba a usar camisas e franela, camisas mangas largas, gorros o sombreros y lo que desde jóvenes aprendimos: a usar chumpas por dentro, es decir los traguitos de aguardiente que en segundos nos calentaban las orejas.
Pero eso no impedía que camináramos por las callecitas empedradas, no pedrimentadas, sino empedradas con piedras de río colocadas y juntadas por tierra en la que crecían hierbas que de vez en cuando servían para poder caminar sin hacer ruido, porque en esos tiempos en que no habían tantos vehículos, no radios ni televisores, y la gente por el mismo frío se refugiaba en sus viviendas a puerta cerrada.
En muchas ocasiones para contrarrestar el frío se nos pasaba la mano y se subía el guarito y que rico caminar por aquellas calles solitarias, soportando el frío aire con el cuello de la chumpa levantado y un cigarrillo encendido en los labios, caminando entre aquella neblina que arropaba no solo los ralos postes de la luz, sino las casas y a uno mismo.
Otras veces era una cita clandestina la que nos hacía caminar por aquellas callecitas de vez en cuando interrumpidas en su escenario natural de piedras por un perro enrollado o las sombras de otros caminantes que a aquella hora también caminaban cerca o lejanamente, entre más lejos más difuminadas sus sombras.
Así aquella noche, apenas eran las 11:30 de la noche, iba camino a un sitio que por aquellos entonces era lugar privilegiado para los amores escondidos: el cerrito, el parque Centenario como fue bautizado cuando fue inaugurado en honor a los cien años de fundación de la ciudad, era un lugar totalmente solitario, el último foco era el que estaba en la esquina del Hospicio Amparo San Antonio.
La cita era con una muchacha con quien éramos compañeros en el colegio, habíamos quedado en que si ella lograba salir de su casa llegaría al cerrito a la medianoche.
Todavía no había sido construidos ni el parque infantil, ni la residencia del Dr. Rendón , mucho menos todas los edificios y casas que hoy cubren todo esa zona y pasan más allá del cerrito como la colonia Centenario o todas las casas que están sobre la calle que va para El Callejón.
La noche era un poco más fría e iba pensando en cómo cumplir aquella cita sin tener que renunciar a alguna pieza de mi ropa, pero la tentación y el deseo me hacían concretarme en un solo asunto: llegar puntual o antes a la cita.
Al llegar frente a las tapias del edificio en donde comenzó a construirse la iglesia San Antonio y que luego los curas lo convertirían en el Auditórium Mons. Chávez, subí un poco más el cuello de mi chumpa, encendí otro cigarrillo, la luz del fósforo cerca del rostro me quitó momentáneamente la visión. Cuando tiré el cerillo apagado me pareció ver una sombra que fugazmente atravesó del medio iluminado poste del Hospicio hacia el llano de El Calvario, cancha de fútbol abierta que tenía un camino por el centro para evitarse rodear la cuadra.
Eso fue todo lo que percibí, no me alteró pero pasé toda la calle frente al llano haciendo esfuerzos para intentar ver qué era lo que se había cruzado. Finalmente llegue a las primeras gradas y me senté comenzando mi espera.
Al poco rato encendí otro cigarrillo y siempre alerta me quedé a la espera de lo que iba a pasar.
Comenzaron a aullar los coyotes que tenían sus cuevas en donde hoy está el botadero de basura, por eso al sitio le llamaban la coyotera.
La neblina se cerró más y las luces del centro de Santa Rosa parecían débiles estrellas de luz fija, siendo el solitario foco del hospicio el que más brillaba. Al parecer mi deseada no había logrado salir como deseaba, bueno como deseábamos los dos.
De pronto todo aquel silencio se despedazo con un grito que más que grito fue un alarido que me petrificó y me hizo olvidar la razón de mi presencia en aquel lugar que de nuevo se sumió en un profundo silencio. Quise identificar que había sido aquel estrepitoso grito y no podía pues me tomó tan de sorpresa causándome temor.
Me puse de pie y pensé en regresar a la cercana calle en donde sin duda estaría mas seguro y por lo tanto tranquilo, cuando me paré como que hubiese pulsado un timbre con mi acto se repitió el grito y era un grito de hombre que sin duda enfrentaba algo doloroso o terrorífico, venía del llano, así que no lo pensé más y agarré camino, se me juntó el cielo y la tierra para pasar frente al llano, entre el descampado y la pared del hospicio…
Percibí un movimiento en el centro del campo y es más con dificultad vi la vestimenta de por lo menos 3 personas, llevaban prendas blancas y como que danzaban en torno a algo, la neblina no me dejaba ver claramente que pasaba y comencé a recordar, no sé porqué el misterio que me causaban la siempre solitaria vivienda que estaba a la entrada de Santa Rosa viniendo de San Pedro Sula, casita con corredor que se miraba bonita, o la casona de aceras en forma de gradas de don Emilio Bueso, actual viviendo de Santos Jacob, o aquella casa que está en el barrio Santa Teresa media cuadra de la casa de Beto Castro el panadero, donde hoy está una lavadora de carros.
Si en esa casa había visto a una anciana vestida así, con ropa blanca, larga y un bordón. Pero no podía ser ella. ¿Qué iba a andar haciendo allí y a esas horas?.
Para entonces había dejado de caminar y me había quedado petrificado intentando descifrar que era lo que estaba viendo… pensé en marcharme pero no podía algo me detenía y es más comenzaba a empujarme a ir, en un arranque de valor que realmente no tenía, a ver que pasaba en medio de la oscurana.
Me interné al llano y seguí avanzando despacio y haciendo tremendos esfuerzos para ver que era lo que se movía, por ratos el aire corría el cortinaje de la bruma y miraba los bultos moviéndose… no los miraba claramente pero si alcancé a distinguir un bulto en el centro de donde los bultos rotaban…
Me recordé de lo que decían del Cadejo que siempre daba vueltas en derredor de sus víctimas antes de atacar… pero también recordé las historias escuchadas de gente que para “empactarse” con el uñudo, es decir el diablo, hacían rituales en los que a veces ultimaban, por no decir sacrificaban, a una víctima generalmente un niño o una doncella aún virgen.
Otro alarido me hizo pegar tremendo brinco, pero el grito venía del cerrito. Entonces vi como aquellas figuran salían a la carrera y pasaron cerca de mí, eran cuatro vestidos con una especie de túnicas, no reaccioné limitándome a ver aquella estampida, pero no había ruido alguno, ninguno de ellos , causaba el más leve murmullo no digamos el típico ruido de una persona a la carrera, no digamos cuatro.
Un escalofrío me recorrió la espalda y encaminé mis pasos hacia la esquina del Hospicio donde ya los imágenes habían cruzado, llegue a la boca calle y allá iban los cuatro bultos. ¿Enfermos que habían salido del hospital inmediato?... La respuesta llegó casi de inmediato y de manera sorprendente tres se fueron contra el muro y desaparecieron, el tercero se desvió y se fue hacia donde había un Cristo que durante años parecía bendecir a quienes iban al centro asistencial, añuque otros decían que no, que estaba allí para avisarle a otra imagen que está en la cúspide del cementerio, que allí iba otro, cuando alguien moría. Y justo al pie de esa imagen el cuarto sujeto hizo como que iba a sentarse y lo perdí de vista.
¿Qué hago? pensé, en el mismo momento sentí una mano que me tomaba por el brazo y me preguntó ¿Por qué tardaste tanto?.
Era mi amiga, me dijo que había llegado desde las 11 y media y que me había estado esperando sentada en el propio centro de la cancha de fútbol…No puede ser le dije si lo que había allí eran unas gentes danzando o no se haciendo que…
-¿Estás loco? allí no había nadie más que yo… tenía miedo y no te niego que hubo un momento que me asuste de tanta soledad y llegue a pensar en tanta gente que se ha muerto en ese hospital, unos de muerte natural, otros por sus heridas, por no resistir las operaciones…-
Otro grito espantoso, pero más lejano se volvió a escuchar,
-¿Oíste?- le pregunté
_Si…- me respondió apretándome más el brazo en un gesto que yo entendí como temeroso, -canta bonito ese gallo,- me dijo.
-Pero si no ha sido el canto de un gallo, ha sido un grito horrendo- me quejé
-Estamos cerca del hospital, si quieres vamos para ver si hay un médico- me insinuó.
Recordé los tres bultos traspasando el muro del hospital y el otro desvaneciéndose frente a la imagen del Cristo bendiciente…
-No mejor te llevo a tu casa- le respondí nervioso.
-Si no quieres ir al cerrito, allí en el centro de la cancha está bonito vamos- respondió
No está de más decir que no fue la Siguanaba la que me salió, pero si el susto hizo que sintiera tanto frío que mejor desee estar en mi camita con mi esposa que en aquella fría calle en donde desperdicie un momento de placer que se me trocó en susto y angustia… aquella amiga no volvió a aceptar una invitación para vernos, como tampoco aceptó haber escuchado grito alguno o visto a los cuatro aparecidos que me hicieron vivir aquella inolvidable experiencia…
Al llegar a la casa me encontré en la mesa una bandejita tapada con un palto, lo destapé y era ayote cocido en miel…hacía pocos minutos había comenzado el Día de Finados…
Cantó el gallo de la casa vecina, me desvestí, me acosté y rápidamente me dormí… soñé que era una noche fresca pero estrellada y que estaba en el cerrito, sobre la grama con una muchacha, cuando se escuchó el canto de un gallo… y no me acuerdo de más….
Santa Rosa de Copán, 29 de octubre 2011
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