De su libro Deshielo a mediodía hemos seleccionado estos poemas que no son tan cercanos a nuestra cultura, pero para conocer como escribe el Premio Nobel de Literatura del 2011.
CINCO ESTROFAS PARA THOREAU
Otro más abandonó el pesado
anillo de la ciudad de voraces piedras.
Clara como la sal es
el agua que golpea todas las cabezas de
los verdaderos refugiados.
En lento remolino ha subido el silencio
hasta aquí desde el centro del mundo,
a enraizarse y crecer y con frondosa copa
sombrear la escalera del hombre,
entibiada por el sol.
*
Negligentemente, el pie golpea una seta. La nube de tormenta
se agranda junto al borde. Como cuernos de cobre
las sinuosas raíces del árbol dan el tono, y las hojas
se dispersan temerosas.
La huida salvaje del otoño es su liviano manto,
flameando hasta que, otra vez, llegue la manada de días tranquilos
de helada y ceniza y bañen
las garras en la fuente.
*
Creído por nadie va el que vio un géiser,
huido de aljibe cegado, como Thoreau, y sabe
desaparecer en lo profundo de su verde interior,
astuto y esperanzado.
ELEGÍA
En el punto de partida.
Como dragón caído
en algún pantano entre neblina y vaho,
está nuestra tierra costera
vestida de bosque de pino.
Allá lejos: dos vapores
que gritan desde un sueño
en la bruma.
Este es el mundo inferior.
Bosque inmóvil, superficie de agua inmóvil,
y la mano de orquídeas que surge del pantano.
Al otro lado, más allá de esta senda,
pero flotando en el mismo espejeo: el navío,
que la nube ingrávida cuelga de su espacio.
Y el agua en torno a su cayado está inmóvil,
echada en calma. ¡Y aun así, truena!
Y el humo del navío se expande horizontal
—allí flamea el sol en su agarrón— y el soplo
golpea duro el rostro del que aborda.
Ascender hacia babor de la Muerte.
Una ráfaga súbita y la cortina ondea.
Suena el silencio cual despertador.
Una ráfaga súbita y la cortina ondea.
Hasta que se oye, lejana, golpear una puerta
lejos, en otro año.
*
¡Oh marcas grises como la túnica del hombre de Bocksten!1
Y la isla que flota en el vapor del agua.
Hay calma como cuando el radar vira
en vueltas y vueltas, entregado.
Hay un cruce de caminos en un instante.
La música de las distancias ha confluido.
Todo creciendo hacia un árbol frondoso.
Ciudades perdidas brillan en su verdor.
De todas partes y de ninguna tocan
como los grillos en la oscuridad de agosto. Insertado
en el rebaño de troncos, se adormece aquí en la noche
el viajero asesinado en el pantano. La savia mueve
su pensamiento y sube hacia las estrellas. Y en lo profundo
de la montaña: aquí está la gruta de los murciélagos.
Aquí cuelgan los años, apretados los actos.
Aquí ellos duermen con las alas plegadas.
Un día estos volarán. ¡Un hervidero!
(En la distancia, algo como humo saliendo de la boca de la gruta.)
Pero aún rige el sueño del invierno estival.
En la distancia, rumor de aguas. En el árbol oscuro,
una hoja que se da la vuelta.
*
Una mañana de verano, el rastrillo del campesino se atasca
en huesos muertos y harapos de vestido. Así que él
yacía allí cuando drenaron la turbera
y ahora se yergue y anda su camino en la luz.
En cada distrito remolinea semilla dorada
en torno a vieja deuda. La calavera, blindada,
en un sembrado. Un peregrino en marcha
y la montaña siguiéndole con la mirada.
En cada distrito murmura el carcaj del arquero
a medianoche, cuando se abren las alas
y crece el pasado en su caída,
más oscuro que el meteorito del corazón.
Un alma apartada hace la escritura ávida.
Una bandera empieza a golpetear. Las alas
se abren en torno a la presa. ¡Este viaje altivo!
en que el albatros se hace viejo como nube
en la boca del Tiempo. La cultura es una estación
de caza de la ballena, donde el extraño, caminando
entre blancas vigas y niños que juegan,
percibe, sin embargo, a cada respiración,
la presencia del gigante caído.
*
Liviana, vuelve la bofetada de las esferas celestes.
La música, a nuestra sombra, inocente como
el agua de la fuente que sube entre animales salvajes,
artísticamente petrificada alrededor del chorro de agua.
Con las cuerdas disfrazadas de bosque.
Con las cuerdas como el aparejo del aguacero:
la lancha es azotada por los cascos de un aguacero
y en lo íntimo, en el atasco del giroscopio, alegría.
Esta tarde se refleja la bonanza del mundo,
cuando las cuerdas son instaladas, sin que nadie toque.
Inmóviles en la niebla, los árboles del bosque
y la tundra húmeda espejeando en sí misma.
La mitad muda de la música está aquí, como el olor
a resina anda en torno a ramas heridas por el rayo.
En cada hombre, un verano subterráneo.
En el cruce de caminos, una sombra,
y se aleja corriendo, siguiendo la trompeta de Bach.
La piedad inspira súbita cautela. Dejar
su disfraz de yo en esta playa
donde la ola golpea y se retira, golpea
y se retira.
SIESTA
Pentecostés de piedras. Y con lenguas crujientes...
La ciudad ingrávida en el espacio del mediodía.
Sepultura en luz hirviente. El tambor que acalla
los palpitantes puños de la eternidad cautiva.
El águila sube y sube sobre los que duermen.
Un sueño en que la piedra del molino se vuelve como el trueno.
Pasos del caballo con la venda en los ojos.
Los palpitantes puños de la eternidad cautiva.
Los que duermen cuelgan como péndulos en el reloj del tirano.
El águila planea, muerta, en las cascadas que fluyen del sol.
Y resonando en el tiempo —como el ataúd de Lázaro—
el ombligo que late, de la eternidad cautiva.
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