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Bonita vista de Santa Rosa de Copán, al fondo el cerro de Lepaera y a la derecha la colina donse está el cementerio general de la ciudad. |
Que linda aquella Santa Rosa de Copán de los años setenta, tranquila y apacible, con sus calles empedradas y estrechas, y una tranquilidad bucólica, que invitaba a soñar a cantar, a vivir. Eran aquellos años cuando nos veíamos en los espejos de nuestra juventud, cuando la vida nos sonreía con su pleno esplendor, y cuando desbordábamos nuestras alegrías, compartiendo con amigos queridos, y con aquellas mujeres, que Ángel Agosto Morales llamaba ”Comizahuales nativas”.
Era una Santa Rosa bella, de fiestas y serenatas, de bailes esplendorosos en “La Sociedad Copaneca de Obreros”, y de aquellas veladas elegantes en el “Casino Copaneco”… Eran los años cuando Jesús Muñoz Tábora, tan sensible como las cuerdas de su guitarra, le cantaba al amor y se emparrandaba con los jóvenes enamorando las muchachas del “María” y del “Álvaro Contreras”.
Era la tranquila ciudad, en la que al caminar en las noches por la calle Centenario, en las cercanías de la casa de los Bueso, las notas melodiosas del violín de don Enrique dejaban escuchar aquellas notas cantándole a “los pinares que con su susurro embrujador”, hacían reposar a la ciudad.
Pero también era la Santa Rosa trabajadora, donde centenares de obreras elaboraban con capacidad de orfebres, aquellas joyas de habanos que se fumaban por el mundo, y que hicieron que aquella humilde “Flor de Copán”, se convirtiera en una empresa internacional.
Era la Santa Rosa cuando el totoposte y el timochenko, el chanchito hornado, la maicena “El Bebé” y el Copán Dry se elaboraban artesanalmente. La del cafecito negro, puro y sabroso que nos deleitaba por las tardes en la cafetería del Hotel Elvir, donde doña Gloria—aquella encantadora dama copaneca--, elaboraba unas tortas que degustábamos con deleite acompañados de Leonel Torres y Manolo Navarro.
Todavía el “Banco de Occidente” era chiquito y sólo tenía una oficina, en una vieja casa de teja, en la que don Jorge Bueso Arias atendía en un escritorio que estaba en la parte trasera. Ahí, Jorge, ”El Chino” Serrano, Luciano de Jesús, Ricardo Orellana, los abogados Fajardo y Robles y aquella pléyade de bellas jóvenes, cajeras y contadoras de esa pequeña institución, hicieron uno de los bancos más grandes del país, a base de trabajo, eficiencia y calidad en el servicio.
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Viejo edificio del Cine Hispano, la Catedral y al fondo el edificio José C. Handal de don Daniel Cáceres Pineda |
Arturito Rendón, constructor de sueños, para ese tiempo había cimentado el prestigio de la radioemisora insignia de esa zona del país, la HRRH, ”La Voz de Occidente”. También hacía pininos “Radio Sultana”, en una iniciativa encabezada por otros empresarios copanecos.
En esos medios, Carlos Jeremías Girón, Tony Castro, Manolo Navarro y el compadre “Picardía”, llevaban el sano entretenimiento noticioso y musical a toda la audiencia del Occidente del país.
En balompié, el Maya y el Atlas, se disputaban el cariño de la afición local. Después se fundó el ÉMPRICO, que tuvo el orgullo de enfrentar al Olimpia, aquella tarde del 25 de enero de 1975, cuando se inauguró el Estadio ”Miraflores”, en una acertada iniciativa del coronel Abraham García Turcios.
Que grato era conversar con Aníbal, en su barbería, o saborear un licuado en el Salón “Palmeras” de Danielito Cáceres, platicar con Tony Medina, en su farmacia.
Tomilo Medina era el alcalde, y la ciudad ya pintaba para más.
Qué bella era Santa Rosa. Sentires lejanos que nunca serán olvido, nos hacen volver… para mecer recuerdos, para compartir nostalgias, para suspirar bajo el susurro embrujador de los pinares, y volver a sentir los soplos del Erapuca y contemplar los nimbos del Tenán.
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Que bonita lectura, Gracias Carlos, Luis Peña me recomendó el blog...lo recuerdo dando el editorial en el canal de Don German!
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