LO QUE TODO HONDUREÑO DEBERÍA DE ENTENDER.
Bandera del Partido Liberal de Honduras. |
La
historia política de Honduras está escrita con hechos repetidos que son
producto de la sui generis forma de hacer política “criolla”, son hechos que
han permeado el acontecer nacional, sin embargo por desconocimiento de esa
historia o por mala fe, los políticos nuestros siguen dando coces al aguijón.
Lo que
se vivió y se sigue viviendo merece una conceptualización más seria que una discusión
esquinera o de cafetín.
Por
ello planteo el reto de leer y escudriñar sin fanatismos los conceptos de la
compatriota Isolda Arita que se resume en un concienzudo trabajo que hoy
incluyo en este blog con la esperanza de contribuir a un entendimiento serio de
lo que está pasando, y que sea al margen de sectarismos o sentimentalismos como
la frustración que existe en casi todos los hondureños por lo difícil que es la
situación que atravesamos los hondureños en estos principios de la segunda
década del siglo XXI.
¿Y
ahora, qué?
Febrero de 1948, agosto de 1957, mayo de 2011. ¿Qué tienen estas fechas
en común? El retorno de tres hombres emblemáticos del Partido Liberal que, por
razones similares, se encontraban en el exilio. En las tres ocasiones, el pueblo
hondureño, sobre todo el liberal, ha depositado sus esperanzas en el “mesías”
que ofrece ríos de leche y miel. En los dos primeros casos, todo terminó en
verdades amargas y mentiras piadosas.
Hoy que la
historia pareciera repetirse ¿continuará la farsa?
En 1948
regresó de México, después de quince años de ausencia, José Ángel Zúñiga Huete,
“el León del liberalismo” y el responsable de aquella frase tan devaluada en
nuestros días: “las milicias eternamente jóvenes”, en alusión a la militancia
del Partido Liberal.
En 1957
ingresó, procedente de Estados Unidos, Ramón Villeda Morales, “Pajarito”. Entró
por el aeropuerto de San Pedro Sula —que ahora lleva su nombre— y, según
cuentan los cronistas de la época, tuvo un recibimiento multitudinario.
Y, el
28 de mayo de 2011, retornó el ex presidente Manuel Zelaya Rosales, procedente
de la República Dominicana, después de una larga escala en Managua.
Tal vez
porque corren otros tiempos, Zelaya Rosales no ostenta un apelativo relacionado
con el mundo animal, a los que son tan proclives los liberales. A él lo llaman “el
líder”, “Mel amigo”, “comandante de la revolución hondureña”.
El
retorno de un coloso, tituló el Canal 36 su
transmisión especial de los hechos de ese día.
Zúñiga,
Villeda y Zelaya retornaron con un objetivo muy preciso: aglutinar fuerzas para
tomar el poder.
Cada
cual desde sus circunstancias, por supuesto, pero despertando expectativas
similares en sus seguidores: democracia, libertades públicas, bienestar a
granel para los pobres, unidad nacional.
En el
caso de los dos primeros, la historia es conocida. Zúñiga sería el candidato
presidencial del Partido Liberal en las elecciones de 1948. Pero, alegando
fraude electoral por parte de la dictadura cariísta, se retiró de los comicios,
llamó a una improvisada “revolución” y, de inmediato, el “León” corrió como una
liebre para asilarse en la embajada de Cuba. Luego partió a México, para nunca
más volver.
Villeda
Morales fue electo Presidente de la República por la Asamblea Nacional
Constituyente en noviembre de 1957 —después de ceder lo propio y lo ajeno a las
Fuerzas Armadas—, lo cual no fue más
que un
reconocimiento a lo que las urnas ya habían decidido en 1954, 1956 y 19571. Y
en cuanto a Zelaya Rosales, la segunda parte de su historia política aún está
por escribirse.
UN
CALUROSO RECIBIMIENTO
Desde
la víspera del 28 de mayo, Tegucigalpa empezó a recibir gente de distintos
puntos del país que se concentró en los alrededores del aeropuerto Toncontín para
recibir a Manuel Zelaya. Estoicamente, miles de congregados esperaron durante
horas bajo el sol y la lluvia, asediados por el hambre, el calor y la sed; el
agua escaseó y hubo deshidratados, pues la prevención no es precisamente un
rasgo de identidad nacional. “Lo importante es que viene nuestro líder a
arreglar el país”, dijo a manera de consuelo un hombre que llamó por teléfono
al canal 36.
La
aeronave del Consorcio Venezolano de Industrias Aeronáuticas y Servicios
Aéreos, S.A. (Conviasa) tocó tierra con más de tres horas de retraso —se le
esperaba a las 11 de la mañana, pero arribó a las 2:20
de la
tarde—, debido a que Manuel Zelaya, se dijo, tuvo que atender otros asuntos en
Managua.
Por
fin, a las 3:26 p.m., el ex presidente, su esposa Xiomara Castro y sus hijos
pudieron abrirse paso al entarimado donde ya no cabía un alfiler, pues eran
muchos los que anhelaban salir en la histórica foto. Mientras
doña
Xiomara se enjugaba las lágrimas y Manuel Zelaya era entrevistado por un
ansioso periodista, su hija Hortensia, más conocida como la “Pichu”, se apropió
del micrófono y empezó a cantar “Nos tienen miedo porque no tenemos miedo...”.
El barullo no podía ser mayor.
Finalmente,
y ante la impaciencia de la paciente concurrencia, la desinhibida “Pichu” pidió
“permiso” para darle la palabra “al hombre que ha sembrado la esperanza en
Honduras”; o sea, su padre. Manuel Zelaya empezó a hablar en medio de la
algarabía de los presentes. Pero sus improvisadas palabras, más bien comedidas
y formales, no sonaron bien a los oídos de muchos de sus, hasta ahora, fieles y
exaltados seguidores.
Agradeció
las gestiones de los gobiernos de Venezuela y Colombia que hicieron posible el
Acuerdo de Cartagena; presentó a las personalidades que lo acompañaban en ese
momento y, para incomodidad de muchos, dijo —palabras más palabras menos— que,
así como el presidente Porfirio Lobo le había reconocido al pueblo sus derechos
(mediante el Acuerdo de Cartagena), ahora al pueblo le tocaba reconocerlo como
presidente.
Para
colmo, en algún momento, utilizó el término “correligionarios”, en clara
alusión a los numerosos liberales “en resistencia” que acudieron a
su
encuentro.
Luego,
entregó el micrófono a su esposa y a su hija “Pichu” para que entre ambas
leyeran el Acuerdo de Cartagena, instrumento que Zelaya considera como “un
avance sumamente importante, histórico para restablecer los derechos
democráticos de todos los hondureños...”. Y una hora después, a las cuatro y media,
tuvo que retirarse, pues lo esperaban en Casa Presidencial para una recepción oficial.
En
suma, desencanto para quienes esperaban al Mel Zelaya dicharachero y radical,
al estilo de las asambleas del Poder Ciudadano de antaño.
Y es
que este es otro escenario. Hace apenas dos años él era el mandatario
plenipotenciario, convencido de que su voluntad era ley. En cambio ahora es uno
más en pos del poder político. Con algunas fortalezas, sí, pero con todo un
camino por recorrer. Por cierto nada fácil.
Como
colofón de este recibimiento hay que decir que, gracias a un acuerdo entre el
Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP) y la Secretaría de Seguridad
—cosa extraña en una dictadura— en esta
ocasión
no hubo represión policial que obstaculizara la movilización, y todo se
desarrolló en paz.
UN
RETORNO POLÉMICO
Manuel
Zelaya Rosales regresó en la fecha justa para que la Asamblea General
Extraordinaria de la Organización de Estados Americanos (OEA), celebrada en Washington
el 1 de junio, aprobara la reincorporación
de
Honduras en ese organismo.
Regresó,
pese a sí mismo. En una fecha no tan lejana como julio de 2010, cuando en una
entrevista le preguntaron sobre los rumores de un posible acuerdo con Porfirio
Lobo para retornar al país, su respuesta fue: “Es una campaña mediática. En
realidad, tanto Estados Unidos como sus sucedáneos involucrados en el golpe hacen
todo para impedir mi retorno. Las demandas judiciales que interpuso Micheletti
en el periodo en que
gobernó
de facto, y que, según la Constitución, debían ser anuladas, no lo han sido.
(…) Lobo y su gobierno continúan formulándolas con el fin de humillarme y obligarme
a presentarme ante un aparato de justicia
coautor
del golpe. Para que mis propios verdugos sean mis jueces. Un burdo ardid...”.
Y
cuando el periodista le pidió su opinión sobre la propuesta de reintegrar a
Honduras en la OEA, no vaciló en contestar: “Las fuerzas de la extrema derecha regional
y de Norteamérica…, ejecutan su plan de controlar Honduras, y usan su
influencia y medios de presión para crear la ficción del reconocimiento, aun cuando
saben perfectamente que se ha instalado un régimen incapaz de atender una sola
de las resoluciones de las organizaciones internacionales.
En
contraste, y sin desconocer que ha manifestado buena voluntad
en
algunos gestos, el presidente Lobo controla todo el aparato mediático y ha
instalado políticas de brutal represión…. No obstante, en su primera
comparecencia televisiva al día siguiente de su retorno, habló otro Manuel
Zelaya.
Dejó claro que apuesta por un “frente amplio” donde quepan todas las fuerzas de
oposición, y reiteró su reconocimiento al presidente Lobo por sus gestiones.
Para
desconcierto de su entrevistador, el periodista Julio Ernesto Alvarado, dijo
que le daba “el beneficio de la duda” a Arturo Corrales, y que tanto éste, como
la designada presidencial María Antonieta Guillén,
hicieron
sus mejores esfuerzos para que el Acuerdo de Cartagena quedara a satisfacción
de las partes. Y para rematar, expresó que la extrema derecha y la extrema izquierda
son las que se oponen al Acuerdo.
RECRIMINACIONES,
PROTESTAS Y… COINCIDENCIAS
Basta
dar una rápida mirada a las noticias publicadas por los medios tradicionales de
comunicación, como a los mensajes que circulan por la internet, para constatar
que hay algo de cierto en esa afirmación de
Zelaya.
Desde
que algunos sectores del FNRP supieron del Acuerdo de Cartagena, por medio de
los despachos internacionales de prensa, empezaron las recriminaciones.
La más
sentida es que este se negoció espaldas de las bases. Un acuerdo entre cúpulas,
para no perder la costumbre.
Otra
recriminación es que el Acuerdo no garantiza el castigo a los responsables del
golpe de Estado y de violaciones de derechos humanos en la era posgolpe y que,
además, solo es un mecanismo para “lavarle la
cara” a
este gobierno y facilitar su reingreso en la OEA.
Por
tanto, no lo consideran como un instrumento de reconciliación nacional.
En el
otro extremo, la Unión Cívica Democrática (UCD) dijo en un comunicado que el
Acuerdo “fue negociado y suscrito sin consultar a la sociedad hondureña y
violando la Constitución de la República”, por lo que lamentaron que “se quiera
presentar como elemento de reconciliación nacional”. Utilizando un argumento
similar al de los miembros del FNRP, la UCD expresa que “los ciudadanos
hondureños no podemos, ni queremos enterarnos de otros compromisos por
declaraciones de presidentes y funcionarios de otros países…”.
Sin
embargo, por la vía del Acuerdo, ambos sectores consiguieron el cumplimiento de
sus demandas más urgentes: unos, el retorno de Manuel Zelaya; y los otros, el
reingreso de Honduras en la OEA. Y en este punto
también
coinciden. Empecinados en su razón absoluta, los resistentes sostienen que el
regreso de Zelaya debió darse sin condiciones de ningún tipo, en tanto que la UCD
declaró que “el retorno de Honduras a la OEA
debió
realizarse incondicionalmente, sin embargo, el presidente Lobo Sosa ha
sacrificado el orgullo y la dignidad nacional en ello”.
Los dos
sectores también coinciden en que el Acuerdo es un instrumento para perpetuar
la impunidad que beneficiará, según unos, a los responsables del golpe de
Estado y de violaciones de derechos humanos y, de acuerdo con los otros, a
Manuel Zelaya y sus colaboradores
más
cercanos.
LOS
EXTREMOS SE TOCAN
Así,
desde posiciones ideológicas antagónicas, los dos extremos del espectro
político hondureño —reavivados y beligerantes desde antes del golpe de Estado—,
coinciden en sus apreciaciones sobre el Acuerdo de
Cartagena.
Les gustan los primeros resultados (retorno de Zelaya y reingreso a la OEA),
pero no quieren pagar ningún precio.
Lo que
aquí estamos viviendo no es nuevo. El politólogo y luchador antifascista
italiano Norberto Bobbio argumentaba que “ideologías opuestas pueden encontrar
puntos de convergencia y acuerdo en sus
franjas
extremas, aun manteniéndose muy diferentes con respecto a los programas y a los
fines últimos…”.
Este
autor llega a la conclusión de que un extremista de izquierda y uno de derecha
“tienen en común la antidemocracia”; no por lo que representan en su afiliación
política, sino porque, en esa afiliación, “representan las alas extremas. Los
extremos se tocan”. Por tal razón, en una entrevista, Bobbio dijo que se
consideraba un moderado, porque “solo las alas moderadas de las dos alineaciones
opuestas [derecha e izquierda] son compatibles con la democracia”.
El
pensamiento de Bobbio, como el de muchos otros, puede ayudarnos a entender el
empantanamiento de nuestra cultura política —y por ende del país—, aferrada a
ideologías que son verdaderos obstáculos para
construir
consensos mínimos que lleven un poco de bienestar y tranquilidad a la población
que, al final, es quien paga la factura de sus desmanes.
En los
argumentos, descalificaciones y epítetos que abundan de uno y otro lado no es
posible entrever una auténtica preocupación —ni propuestas inteligentes— por
los destinos del país y su gente, quizás porque “el ideologismo habitúa a la
gente a no pensar, es el opio de la mente; pero es también una máquina de
guerra concebida para agredir y ‘silenciar’ el pensamiento ajeno. (...) La
descalificación ideológica no necesita explicación ni motivación. El
ideologismo concede certeza
absoluta
y, por tanto, no requiere pruebas ni presupone una demostración”.
Para
quienes miran el país y el mundo con los anteojos de una ideología, la política
se limita a “la toma del poder” para imponer su visión y derrotar al
adversario.
Olvidan
que la política es “el arte de lo posible”, como la definió Aristóteles, quien
también la entendía como “la búsqueda del bien común”.
Por
eso, “quien quiere hacer política día a día debe adaptarse a la regla principal
de la democracia, la de moderar los tonos cuando ello es necesario para obtener
un buen fin, el llegar a pactos con el adversario, el
aceptar
el compromiso cuando éste no sea humillante y cuando es el único medio de
obtener algún resultado”.
OLVIDO
DEL “OTRO”, CEGUERA POLÍTICA
Las
ideologías, para satisfacción de sus seguidores, pueden explicarlo todo a
partir de una premisa porque, como su nombre lo indica, son la “lógica de la
idea”.
Las
visiones ideológicas, sobre todo en su manifestación extrema, niegan los
elementos de la realidad que no se acomodan a “su idea”. De ahí la
intolerancia, la estupidez política.
Por
ejemplo, es claro que la UCD, como algunos sectores del FNRP, no presta la
mínima atención a consultas de opinión, documentos y análisis que, desde una perspectiva
independiente, se han realizado en el país
con el
fin de auscultar qué piensa la ciudadanía ante el colapso nacional, y poder
actuar en consecuencia.
En la
primera encuesta de opinión ciudadana realizada por el CESPAD en 2010, es
revelador el número de personas que reclamaba una salida pactada a la crisis
política. El 65% opinó que era la única manera de superarla y para el 11% era
necesaria, “aunque no resuelva los problemas de fondo”.
En
otras palabras, para el 76% de las personas entrevistadas, la salida a la
crisis pasaba por un pacto que involucrara a todos los actores de la misma.
Ante esto, es válido preguntarse: ¿Por qué rechazar de manera
tan
tajante el Acuerdo de Cartagena? ¿No se merece la población un poco de
esperanza y tranquilidad, aunque el Acuerdo no sea el mejor, ni se ajuste a las
expectativas ideológicas de las minorías?
CAMBIOS
CON MÁS DEMOCRACIA Y NUEVOS LIDERAZGOS
Esta
encuesta del CESPAD confirma que una apabullante mayoría está inconforme con la
actual democracia hondureña, y el 86% de las personas consultadas reclama un
cambio con más democracia. Es decir, profundizándola en todas sus dimensiones
sin adulterar las reglas del juego democrático.
Esto se
complementa con la clara voluntad de la ciudadanía (64%) por un cambio de
liderazgo, que impulse las transformaciones democráticas requeridas en el país.
En esta consulta, apenas el 8% se pronunció por
mantener
la actual situación sin introducir cambios.
Entonces
¿por qué aferrarse a los liderazgos anquilosados en el bipartidismo y en otros
espacios sociales y políticos? ¿A qué viene la desfachatez de la UCD cuando, el
día que vino Manuel Zelaya, difundió un spot televisivo que rezaba: “Gracias
Micheletti por defender la democracia. Nunca te olvidaremos”?
¿DÓNDE
ESTÁN LAS MAYORÍAS?
Igualmente
interesante es que, según esta encuesta nacional, el 69% de los hondureños se
ubica en el centro político, mientras que el 22.9% manifestó simpatías por la
extrema derecha. Sólo el 8% dijo simpatizar con la izquierda.
Estos
resultados difieren de los encontrados por la encuesta realizada por el IUDOP y
el ERIC a finales de 2010. Según esta, el 30.4% de las personas consultadas se
ubica en el centro, centro-derecha y centro-izquierda.
Un
significativo 37% optó por la derecha y el 9.2% se ubicó en la izquierda. Y, en
un sondeo latinoamericano, Honduras, es el país con mayor porcentaje de
ciudadanos que consideran que su ideología es de extrema derecha (24%).
Si se
hacen las relaciones del caso, estos datos pueden ayudar a comprender —y a
aceptar— otro resultado del sondeo IUDOP-ERIC que, por cierto, ha sido poco destacado:
el 60.1% de las personas consultadas declaró que votó en las elecciones
generales de 2009. El 39.9% no votó y, de ese porcentaje, el 26.3 no lo hizo
porque no tenía cédula; el 12.7 porque tuvo problemas personales; el 4.5 por
temor; el 4.1 porque no tenía la edad y, el 5.7, por falta de transporte.
En
suma, estos datos dicen que el 53.3% no votó por razones ajenas a su voluntad.
El 38.5% no participó en las elecciones porque no las consideró confiables o legítimas
(19.2%), o porque no cree en los candidatos de los partidos políticos (16.7%).
Sólo el 3.1% dijo que atendió el llamado de la Resistencia a no votar.
Con
estos datos ¿no sería del caso que la Resistencia revisara su discurso acerca
de las elecciones “espurias” o, al menos, que lo respaldara con información
objetiva y convincente?
Los
resultados de las consultas de opinión, como todo producto humano, están
sujetos a errores, por lo que no tienen la última palabra, faltaría más. Sin embargo,
desde mediados del siglo pasado se han constituido
en
útiles instrumentos para la toma de decisiones, sobre todo en el mundo político
y económico.
Pero en
Honduras, cuando la encuesta no dice lo que se quiere oír, entonces se
ningunea. No importa que haya estado a cargo de un equipo con credibilidad
humana y técnica. Lástima, porque con ello se desperdicia un recurso valioso y,
peor aún, se descalifica y excluye al hondureño común, ese que vota en las
elecciones, que tiene opiniones políticas moderadas, que no posee bienes ni
está protegido por un estatuto o contrato colectivo, y que solo anhela vivir en
paz y con dignidad.
LA TOMA
DEL PODER
Pero
entender la dinámica de la población y sus avatares cotidianos no son por ahora
tareas importantes, al menos para el FNRP. Todo se arreglará con la “toma del poder”
y la Asamblea Nacional Constituyente (ANC).
Y como
el orden de los factores no altera el producto, pues ya se empieza a decir que
si no se logra la Constituyente antes de las elecciones de 2013, pues primero se
“tomará el poder” y, una vez ahí, se instalará la ANC.
En una
convocatoria de la Coalición de Barrios y Colonias de la Capital y los
Pobladores y Pobladoras en Resistencia de la Capital (MNPR) “a una importante Asamblea”,
que se realizaría el domingo 12 de junio, se
consigna
que los principales puntos de la agenda son:
“1.
Preparación del Encuentro de la Resistencia de los barrios y colonias del
Distrito Central con el presidente José Manuel Zelaya Rosales.
2.
Definir Estrategias Políticas de los barrios y colonias de la capital para la toma
del poder político” (el destacado es nuestro). Y ya asumiendo el nuevo
discurso del ex presidente Zelaya, la convocatoria —que circuló por la Red
Fian— culmina con la siguiente leyenda: “Solo la alianza de pobladores y
pobladoras con otras fuerzas sociales y políticas del país, organizados en un
gran frente amplio político popular, llegaremos al poder de la nación para
transformar Honduras”.
En
realidad, “la toma del poder político” es un tema recurrente de debate —y de
disensos— entre las organizaciones y grupos que conforman el FNRP desde antes
del retorno de Manuel Zelaya. Pero, con su llegada, ha cobrado nuevos bríos
pues, para muchos, hoy sí, el poder está a la vuelta de la esquina. Aunque no
se tenga claro cómo, con qué y para qué.
¿INGENUIDAD?
¿DESESPERACIÓN? ¿DESCONOCIMIENTO? ¿CORTOPLACISMO?
Quién
sabe. Quizás un poco de todo, adobado con el triunfalismo que provoca el
regreso del caudillo que declara seguir siendo liberal, pero también el coordinador
general del FNRP. Lo que sí queda claro, es que
él ha
venido a hacer proselitismo para promover su propuesta política, lo que
seguramente no le cuesta porque, aun siendo Presidente de la República, actuó como
candidato en campaña permanente; y de la oposición para más señas.
Las
visitas que ha hecho a su natal Olancho, a Colón y a otros lugares —en compañía
de su familia— son auténticas giras proselitistas con el propósito de promover
la figura de doña Xiomara, quien luce muy
cómoda
en su papel de “heredera” del liderazgo de su esposo. En honor a la verdad,
pocas familias se han visto en Honduras con tanta vocación de poder político como
la Zelaya Rosales-Castro Sarmiento.
RECORDAR
ES APRENDER
Zelaya
habla de un Frente Amplio similar al de Uruguay con el cual, en las elecciones
de 2013, las fuerzas progresistas de Honduras podrán tomar el poder. Suena fácil
y bonito. Pero él no explica a sus complacientes audiencias que el Frente
Amplio de Uruguay nació en 1971 y que tuvo que intentarlo seis veces, antes de
ganar las elecciones en 2004. De hecho, Tabaré Vásquez fue candidato
presidencial en 1994, 1999 y 2004. Y estamos hablando de un Frente Amplio que
desde sus inicios tuvo clara su base programática y que fue liderado por personas
de gran credibilidad moral e intelectual como Líber Seregni y el mismo Tabaré
Vásquez.
Los
ejemplos sobran. La Unidad Popular de Chile se fundó en 1969, pero su
antecedente inmediato fue el Frente de Acción Popular (FRAP), una coalición de partidos
políticos de izquierda vigente entre 1956 y 1969. Salvador Allende fue
candidato a la Presidencia de la República en cuatro oportunidades: en 1952,
1958, 1964 y 1970 cuando, en una reñida elección, obtuvo la mayoría relativa y
fue ratificado por el Congreso
Nacional.
El
Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) fue creado en 1980 y
fue inscrito como partido político en 1992, como resultado del Acuerdo de Chapultepec.
El FMLN participó en cuatro elecciones generales: 1994, 1999, 2004 y 2009,
cuando por fin ganó las elecciones con Mauricio Funes como candidato.
Tiene
la mayoría de las alcaldías y de los diputados al Congreso, pero, aun así, se
dice que “no tiene el poder”. Tampoco hay que olvidar al carismático “Lula” da
Silva quien, antes de ganar las elecciones en 2002,
fue
derrotado en tres ocasiones: 1989, 1994 y 1998.
El
Partido de los Trabajadores (PT) que lo llevó a la Presidencia de Brasil, fue
fundado en 1980.
RIESGOS
Y DESAFÍOS A LA VISTA
A
partir de esas experiencias, cabe preguntarse: ¿qué varita mágica podría tocar
al frente amplio que recién impulsa Manuel Zelaya para que gane las elecciones al
primer intento? Conformar un frente amplio en Honduras es un sueño largamente
acariciado por distintos sectores y personas que, obviamente, no han gozado del
caudal político de Zelaya cuya mayoría —no hay que olvidarlo— proviene del
moribundo Partido
Liberal.
Pero,
así como está planteado, se corre el riesgo de que este intento se convierta en
una nueva versión del bipartidismo, con todos sus vicios y mañas: caudillismo, nepotismo,
clientelismo y corrupción, a juzgar por la
trayectoria
de muchos liberales “en resistencia” que no se le despegan al retornado. En
fin, en una nueva frustración para la cansada y empobrecida ciudadanía hondureña.
La
experiencia demuestra que un frente amplio se construye pacientemente, con
moderación y tolerancia política, incluyendo y sumando, educando e incidiendo.
Es
decir, preparándose para administrar el poder, no atolondrándose para tomarlo.
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