Todo el mes de septiembre fue verano y ha contagiado a su vecino octubre.
Unos de de esos días, cuando se iniciaba supuestamente el otoño, me acerqué al mar.
Al llegar, una leve brisa hizo de calmante a mi piel, liberada por fin del cálido abrazo del sol.
Frente al mar, las monótonas olas seguían tocando el tambor sobre las arenas. A la par, difusas voces de niños, madres y otros le acompañan con su canción. Y el reloj de arena se acompasa con el sol para irse caminando parsimoniosamente hacia el atardecer y el ocaso.
Poco a poco bajan las voces y sube el volumen el mar. Su música pareciera adormecer al niño-sol que se acomoda tras las montañas azules, cansado, allá a lo lejos.
Regreso con la noche, siguiendo la tenue estela de la luna menguante. Y me sumerjo otra vez para subir al blanco barco de quietud y soledad.
Camino despacio por esa inapreciable frontera donde agua salada y arena se besan eternamente. En su ignorancia, cada grano de arena cree ser un grano más de la arena de la playa y se siente ajeno a todo. Pero no es así. A diario es observado por unos ojos que se suelen esconder tras gafas para sol o se van tras las nubes que navegan por el cielo.
Unos de de esos días, cuando se iniciaba supuestamente el otoño, me acerqué al mar.
Al llegar, una leve brisa hizo de calmante a mi piel, liberada por fin del cálido abrazo del sol.
Frente al mar, las monótonas olas seguían tocando el tambor sobre las arenas. A la par, difusas voces de niños, madres y otros le acompañan con su canción. Y el reloj de arena se acompasa con el sol para irse caminando parsimoniosamente hacia el atardecer y el ocaso.
Poco a poco bajan las voces y sube el volumen el mar. Su música pareciera adormecer al niño-sol que se acomoda tras las montañas azules, cansado, allá a lo lejos.
Regreso con la noche, siguiendo la tenue estela de la luna menguante. Y me sumerjo otra vez para subir al blanco barco de quietud y soledad.
Camino despacio por esa inapreciable frontera donde agua salada y arena se besan eternamente. En su ignorancia, cada grano de arena cree ser un grano más de la arena de la playa y se siente ajeno a todo. Pero no es así. A diario es observado por unos ojos que se suelen esconder tras gafas para sol o se van tras las nubes que navegan por el cielo.
El hombre que observa es observado. Y así infinitamente todos resultamos a la postre ser un grano a infinitos granos unidos. No estamos solos, la SOLEDAD no es posible, aunque sea a nuestro pesar.
Playa de Tela, Atlántida, Honduras C. A. |
Octubre 6, 2011
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