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15/11/11

Frío y calor - de las Perras de Teofilito


     
Las perras de Teofilito es un libro con sabor hondureño, sabor de pueblo pueblo, no solo el lenguaje sino la idiosincrasia de los viejos de tierra adentro que son "perros" para contar historias cargadas de exageración y humor, (de allí el nombre de "perras", para estos relatos, sinónimo de mentiras por sus exageraciones).
Teofilito es el diminutivo del verdadero nombre del autor de este libro: Teófilo Trejo nació en La Lima, Cortés, en 1941. Al quedar huérfano de madre a los nueve años de edad, tuvo que desertar de la escuela para ayudar a su papá y a sus cinco hermanos en las labores agrícolas que desempeñaban en las fincas bananeras. 
Su agitada vida organizativa comienza en 1971, cuando se convierte en celebrador de la palabra y monitor de las Escuelas Radiofónicas. Fue presidente de patronato, secretario de equipo de fútbol, alcalde auxiliar y presidente de su grupo base. 
Durante los últimos 25 años de su vida ha estado estrechamente ligado al desarrollo del movimiento campesino hondureño, por cuya causa no pocas veces ha sido golpeado y encarcelado. Teófilo fue el primer secretario general de la Central Nacional de Trabajadores del Campo (CNTC) )  

Esta es una de las perras de Teofilito: 

Frío y calor.

Allá por los años del reformismo, 1971 más o menos, viajé con un compañero en gira de trabajo a la región de Intibucá. Se trataba de promover el desarrollo social de las comunidades indígenas. 
Nos encontramos con gente buena, cristianos desde luego, que nos dieron alojamiento, alimentación y otros servicios necesarios, más el acompañamiento en las giras por el campo.
Nuestro punto de encuentro fue en la ciudad de Intibucá. Cada fin de semana nos reuníamos en la casa de los amigos a evaluar el trabajo. En eso estábamos cuando los compañeros empezaron a notar que desde que llegué al lugar fue de temblar y temblar. Non respeto y disimulo me preguntaron si padecía de algún quis nervioso.
-No, compañeros, les decía yo. Lo que pasa es que tengo mucho, mucho frío.
Y ellos como si nada, normales, como cuando yo estoy en San Pedro Sula. Andaba vestido con varias camisas y pantalones que me había echado encima. Parecía ropero o becerro lleno de lana. Lo peor del caso es que andaba echando humo por todas partes. Cuando hablaba parecía el ingenio Chumbagua en tiempo de zafra. Los amigos me decían:
-Ya es suficiente, Teofilito.
Yo ya ni les oía.
Entonces se les ocurrió preguntarles si me había bañado, a lo que yo contesté que no.
-Pues se va a incendiar o a estallar, Teofilito.
Y se les ocurrió que la mejor alternativa era bañarme por las buenas o por las malas, porque cuando me despachaban al norte, al salir a lo caliente estallaría y podía matar mucha gente. Entonces me aislaron inmediatamente de los demás seres vivientes. 
El compañero mío, afligido se puso a enviar un telegrama a instituciones públicas y privadas y a mis familiares, avisándoles de lo que me estaba aconteciendo. También convocó a periodistas a una conferencia de prensa en Intibucá, para que recogieran la información fresca en el lugar de los hechos.
Y llegó el día y la hora señalada, jodido. 
El lugar en que me iban a bañar más bien parecía el Cabo Cañaveral y yo parecía un satélite que el gobierno de Honduras iba a poner en órbita. El tal lugar es un chorro de agua que cae desde lo alto. Es un baño público en que la gente se baña desnudita a las cuatro de la mañana. 
Pero mi baño lo dejaron para la seis de la mañana, para que yo tuviera dos horas para quitarme aquel cargamento de ropa que andaba y para que hiciera mi testamento en caso de morir por el impacto frío contra lo caliente de mi cuerpo.
Parecía que más bien me iban a fusilar. Aquel acontecimiento reunió más gente que un candidato político, de los mentirosos de ocasión. No faltaron los bomberos, la Cruz Roja, la chepa y una pareja de curas, desde luego.
Después de los actos protocolarios, vino la orden oficial, el momento esperado: meterme al choquete de agua. 
-Vea amigo, eso fue perro... Cuando pego el grito de pavor, miro aquella muchedumbre gritando, rezando, llorando. Otros tiraban cohetes, otros balas. Bueno, por último, llevaron enfermos, los cuales sanaron sin saber por qué, pero dieron gloria a Dios.
La cosa es que cuando caí al agua, se soltó aquel cachimbo de humo... sería el vapor que salía de mi cuerpo. La gente gritaba: 
-¡Échenle agua que se quema! ¡Rápido los bomberos, que se quema Intibucá!
Y sale la gente despavorida a defender los bienes de sus hogares.
Maullaban los gatos, mugían las vacas, cacareaban las gallinas, el gallo cantaba, el burro rebuznaba y un concierto de sapos acompañaba aquel espectáculo.
En un descuido de la gente me huí. No podía esconderme porque me seguían por el rastro que dejaba el humo por donde quiera que me metía.
Al fin fui a caer a la laguna de Chilicatoro. Ahí me apagué y pude salir gracias a la ayuda de los vecinos y del alcalde auxiliar de la comunidad, un indígena me dijo:
-Ves que lu bañando lu quita lu frío y lu calor.

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